El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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miércoles, 5 de diciembre de 2012

Insight

    La inteligencia no siempre ha de ser consciente para llegar a buenas soluciones. Hay ciertas situaciones cotidianas que demandan una respuesta peculiar, casos en que nuestro cuerpo se interpone y apropia de la solución sin tener que concluir nada (y justo por ello da con la mejor solución posible, la más ajustada a lo que necesitábamos), por ejemplo en situaciones de peligro; por otro lado los músicos aprenden mejor a interpretar un instrumento dejando el pensamiento en un segundo plano.
   Los estudios del psicólogo de la Gestalt Wolfgang Koehler (1887-1967) han demostrado en el chimpancé una capacidad anticipatoria que le permite considerar la rama y las cajas funcionalmente, como elementos de la solución al problema planteado por unos plátanos inalcanzables por estar colgados en alto. Ese momento del “¡ajá!” (Aha Erlebnis) en que el chimpancé relaciona en un solo golpe de vista las cajas, palos y plátanos y que anticipa la acción final denota una inteligencia práctica y concreta que se conoce como insight, “comprensión súbita” o “perspicacia”, y se sitúa en un lugar privilegiado en la cadena de errores, pausas, percepción, descubrimiento y acción que termina dando solución al problema planteado. El insight tiene una base práctica, corporal y perceptiva.
   Esta inteligencia concreta o habilidad práctica que encontramos en los chimpacés se diría que queda muy por debajo de la claridad intelectual de que hace gala, por ejemplo, la deducción matemática. Sin embargo, marcando las diferencias se olvida el parentesco, ya que los geómetras examinan las figuras y los problemas sirviéndose también de ensayos previos
a la enunciación de sus leyes. Incluso para los problemas concretos, como hallar el área de una figura, no basta con la definición, sino que ésta ha de ser indagada mediante construcción, de modo que las ideas han tenido que formarse a partir de las operaciones con las formas en la imaginación o en el papel, lo que de algún modo perdurará en y tal vez sostenga los trabajos posteriores.
   Max Wertheimer (1880-1943) propone multitud de ejemplos encaminados a demostrar su concepción estructural-gestaltista de la inteligencia, por ejemplo en su obra El pensamiento productivo (1945), donde muestra que en la inteligencia productiva suele haber un trabajo de interpretación de la totalidad de los elementos dados, a fin de dar solución a un problema desde un ángulo inédito. Esta reordenación de la estructura en que se insertan los elementos del problema se basa en la percepción y es la base de la comprensión inventiva, del insight. Cuando el pequeño Gauss, a los seis años, resuelve en un instante el ejercicio planteado por el profesor que pregunta cuánto suman los primeros diez números naturales, lo hace reconfigurando de hecho las posibilidades combinatorias de la secuencia hasta llegar a un teorema general, el que enuncia que en toda secuencia n de números naturales, su suma es igual a (n+1) n/2. El fruto del razonamiento, que ha sido repentino, no debe ocultar qué es lo que ha sucedido desde que se plantea el problema hasta que Gauss ofrece una solución. Primero, explica Wertheimer, tuvo que ver de otro modo la secuencia de números del 1 al 10, reordenándola por parejas que
Max Wertheimer
daban la misma suma, 1+10, 2+9, 3+8, etc.; después hubo de concluir que el total de las parejas de una secuencia que va de 1 a n será la mitad de n, y que el resultado de cada pareja es siempre n+1, para pasar a concluir, finalmente, que la suma de los números que integran la secuencia que acaba en n ha de ser (n+1)  n/2.
   Este modo de operar no es exclusivo de las operaciones formales: el insight entendido como habilidad para captar una situación de manera nueva es desplegado en muchas ocasiones concretas de la vida cotidiana. En otro ejemplo que propone Wertheimer describe a dos niños jugando al badminton, uno tiene 12 años y otro 10. Durante varios sets, el pequeño siempre pierde ante la mayor habilidad del mayor y termina arrojando su raqueta y negándose a jugar. Al principio, el mayor le reprocha al pequeño que abandone y “estropee” la diversión; pero al cabo de un rato y ante la situación creada, reacciona de modo distinto, se disculpa ante el pequeño y reconoce que “jugar así es una estupidez” (aludiendo a que en todo juego es necesaria la reciprocidad), de modo que propone un nuevo juego, consistente en pasársela mutuamente y ver cuánto aguantan con la pelota en el aire, de este modo el pequeño se reincorpora al juego y progresivamente van mejorando mutuamente su técnica. Este niño también reestructuró los elementos de la situación de una manera profunda, y llegó más allá de la puntual solución a un problema en el juego concreto del badminton, alcanzando una solución moral.

Referencias:


Wolfgang Köhler: Experimentos sobre la inteligencia de los chimpancés. Madrid: Debate, 1999.
Max Wertheimer: El pensamiento productivo. Barcelona: Paidós, 1991.

Curiosidades:


2 comentarios:

Tomás Cuesta dijo...

“A cada vuelta en el camino, Sultán –uno de los chimpancés de Köhler– es obligado a tener los pensamientos menos interesantes posibles. De la nobleza especulativa (¿Por qué es que los hombres se comportan así?) se le somete a contentarse con la razón más práctica, instrumental y abyecta (¿Cómo es que uno utiliza esto para obtener aquello?) y, así, hacia su aceptación de sí mismo esencialmente como un organismo con un apetito que necesita ser satisfecho. Aunque su historia entera, desde el momento en que le dispararon a su madre y él fue capturado, pasando por su viaje en una jaula, hasta su confinamiento en esta isla y los juegos sádicos que se juegan en ella alrededor de la obtención de comida, lo conduce a hacerse preguntas sobre la justicia del universo y el lugar en él de su prisión, un régimen psicológico cuidadosamente elucubrado lo llevan lejos de la ética y la metafísica hacia el ámbito más modesto de la razón práctica. ”

Elizabeth Costello, a.k.a. J.M. Coetzee.

benariasg dijo...

El paralelismo con Kafka ya lo establece estupendamente Coetzee (al que veo que lees en la primera traducción de Martínez-Lage); pero no sé si conoces el tremendo relato de Leopoldo Lugones titulado "Yzur"...
Por lo demás, la pregunta por la moralidad del experimento de Koehler deja sin respuestas satisfactorias, podríamos decir que es una de esas malas acciones que tienen buenas consecuencias, ¿no te parece?